LOS ROMANOV
EL FINAL DE LOS ROMANOV, EL ASESINATO DE LOS UITIMOS ZARES DE RUSIA
Una noche de julio de hace más de cien años, la dinastía Romanov llegó a su sangriento final. Nicolás II, su esposa Alejandra y sus cinco hijos fueron brutalmente asesinados, y su destino fue una incógnita durante casi un siglo.

Antes de la caída
Los zares se casaron en 1894 y tuvieron cuatro hijas seguidas: Olga, Tatiana, María y Anastasia. Alexei, su anhelado hijo y heredero, fue su último descendiente, nacido en 1904. Según todas las fuentes, los Romanov eran una familia unida y feliz. Los cinco hijos del zar Nicolás II de Rusia en una fotografía de 1910, ocho años antes de que la guerra y la revolución los arrastrasen a todos a una muerte violenta.
Una capital insegura
En 1914, al comienzo de la Gran Guerra, San Petersburgo tomó el nombre de Petrogrado. Allí se concentraban decenas de miles de obreros y soldados, en los que hicieron mella tanto el caos económico y el desabastecimiento como las derrotas ante Alemania. Y allí, en febrero de 1917 (según el calendario juliano, entonces en vigor en Rusia; o en marzo, según el calendario gregoriano), estalló una revolución a la que se unieron las tropas, como vemos en la imagen. El zar, considerado el culpable de la crisis, tuvo que abdicar.
Palacio de Invierno, en San Petersburgo
Este imponente edificio era la residencia oficial de los zares desde el siglo XVIII, pero Nicolás II, su esposa Alejandra y sus hijos no vivían aquí, sino en el palacio Alexander, en Tsárskoye Tsélo, a una treintena de kilómetros. En ese lugar, Alejandra, de origen alemán y que no hablaba ruso, no sentía el rechazo que la corte manifestó hacia ella desde el primer momento. Y allí pudo mantener en secreto la enfermedad del zarévich Alexei: la hemofilia, que podía incapacitarlo para heredar el trono.
Programa del teatro Alexandrinsky, en San Petersburgo, con los actos en conmemoración del 300 aniversario de la dinastía Romanov
Como líder, Nicolás gozó de pocos éxitos. Pero de puertas adentro, Nicolás era un hombre familiar. Adoraba a su esposa Alejandra, y ella lo adoraba a él. Fueron afortunados, puesto que en aquellos años la regla general era que los reyes contrajeran matrimonio por conveniencia dinástica y no por amor.
Grigori Rasputín
Rasputín era un místico hijo de campesinos autoproclamado hombre santo. Tenía una reputación ambigua, debido a su comportamiento promiscuo, sus poderes sanadores y su capacidad de predecir el futuro. Su poderosa influencia sobre la zarina condujo a su asesinato por miembros de la familia real en 1916.

En la sede del poder
La fotografía muestra la gran escalinata del palacio de Invierno. Cuando las fuerzas bolcheviques tomaron el edificio durante la revolución de octubre (según el calendario juliano; noviembre, según el actual calendario gregoriano), no lo ocupaban los zares, sino el gobierno de Alexander Kerensky.
El asalto al palacio de Invierno
Las derrotas en el frente y la conducta de Rasputín hicieron que el pueblo ruso se volviese contra el zar y su familia. El momento de la revolución había llegado. Para los bolcheviques, que se hicieron con el poder en noviembre de 1917, los Romanov se convirtieron en un dolor de cabeza. En octubre de 1917 (según el calendario juliano; noviembre según el gregoriano), los bolcheviques tomaron el poder y Lenin quedó al frente de Rusia.
En busca de seguridad
En julio de 1917 tuvo lugar en Petrogrado una revuelta obrera que el jefe del gobierno, Alexander Kerensky, reprimió duramente. Kerensky estaba preocupado por la seguridad de la familia real, instalada en la cercana Tsárskoye Tseló: temía que el palacio Alexander (arriba), donde vivían los zares, fuera asaltado por una turba encolerizada que los atacase. Este peligro pareció incrementarse en aquel tenso mes de julio, y se decidió enviarlos a Tobolsk, un lejano paraje de Siberia apartado de la influencia de la revolución. También se ha sugerido que, en realidad, Tobolsk era sólo una parada: Kerensky tal vez quería enviar a los zares hasta Manchuria, desde donde podrían ponerse a salvo en Japón.
En la tumba de la contrarrevolución. Litografía por Viktor Deni alusiva al final del Zarismo, 1920
Desde que empezó el cautiverio de los zares, poco a poco, cada vía de escape se iba cerrando, hasta que sólo quedó una salida, la peor: Ekaterimburgo, adonde fueron llevados aduciendo que una conjura monárquica podía facilitar su huida de Tobolsk.
El zar nicolás II y sus cinco hijos
En la imagen aparecen sentados en el tejado de un edificio de la finca de Tobolsk, donde fueron retenidos desde el verano de 1917 hasta la primavera de 1918. Las condiciones del cautiverio de los Romanov empeoraron progresivamente desde que, en el verano de 1917, abandonaron el palacio Alexander, en Tsárskoye Seló, con destino a la localidad siberiana de Tobolsk. Alejandra se llevó consigo sus cuadros favoritos, la vajilla de plata, la porcelana china, los manteles de lino, su fonógrafo y sus discos, las cámaras de fotos y un baúl lleno de álbumes de fotografías. Aunque las instalaciones eran mucho más rústicas, la familia disfrutó del aire libre y de la cálida bienvenida que le brindó la gente de allí
Placa en memoria de la familia real
Esta pieza se encontraba en la antigua residencia del gobernador de Tobolsk, donde estuvieron prisioneros. Sin embargo, después de que los bolcheviques tomaron el poder, los Romanov fueron trasladados durante la primavera de 1918 a Ekaterimburgo, ciudad conocida por su fervor antizarista. Les confiscaron las cámaras fotográficas y no ha llegado hasta nosotros ninguna imagen de la familia tomada en la casa donde fueron asesinados.
Hijas del zar Nicolas Romanov
Las cuatro hijas de los zares posan en el Palacio Alexander, en 1917. Se afeitaron la cabeza con motivo de un brote de sarampión, según el procedimiento médico de la época.
Tatiana y Anastasia
Tatiana y su hermana Anastasia, trabajando en los jardines del Palacio Alexander, en Tsárskoye Seló, Cerca de San Petersburgo, en 1917.
El lugar de la ejecución
La casa del propósito especial
En Ekaterimburgo, la familia real se alojó en la casa Ipatiev. La rodeaba una empalizada de madera, tan alta que desde el interior no se podían ver las copas de los árboles que estaban fuera; unos días después de su llegada, sus carceleros pintaron de blanco los cristales de las habitaciones de la familia. Allí, en junio, cumplieron años sucesivamente la zarina Alejandra (46), Tatiana (21), Anastasia (17) y María (19). El 14 de julio, un sacerdote local, el padre Storozhev, fue requerido para oficiar una misa; fue una de las últimas personas del exterior que vio con vida a la familia imperial. Apenas tres días más tarde, en la madrugada del 17, los Romanov y sus cuatro sirvientes fueron asesinados en una habitación de 3 x 4 metros situada en el sótano de la "Casa del propósito especial", como llamaban al edificio sus carceleros. La casa tuvo luego otros usos (albergó un museo de la Revolución y otro antirreligioso), hasta que en 1977, al acercarse el 60.° aniversario de la Revolución de octubre, se decidió demolerla para que no se convirtiera en lugar de peregrinación de elementos antirrevolucionarios. Ejecutó la orden Boris Yeltsin, futuro presidente de Rusia y entonces jefe provincial del partido comunista.

Yakov Yurovsky, quien organizó la ejecución de los Romanov
Los últimos civiles que vieron a los Romanov con vida fueron cuatro mujeres de la ciudad a las que habían llevado a limpiar la casa Ipatiev. Aliviaron algo el aburrimiento de la familia en su reclusión y les ofrecieron un último contacto con el exterior. Les sorprendió el contraste entre las historias sobre la arrogancia de la familia que la propaganda antizarista había difundido y las personas sencillas con que se encontraron.
Un sótano lleno de humo de pólvora
Arriba una pistola del tipo utilizado en el asesinato de los Romanov. Los mataron doce hombres provistos de armas cortas, y dispararon tan apiñados que algunos sufrieron quemaduras de pólvora y quedaron parcialmente sordos.
Anastasia, la hija menor del zar
Muchos impostores se hicieron pasar por hijos de los zares, aprovechando el misterio que envolvió la desaparición de la familia real. ,La más joven de las hijas de los zares, a alas 13 años en una foto de 1914. El mes anterior a su muerte había cumplido 17 años.
Anna Anderson, la supuesta Anastasia
Quizás el más famoso de los impostores fue el de una mujer rescatada de las aguas del Landwehrkanal de Berlín en 1920. Ingresada en el hospital, y sin documento alguno encima, la mujer acabó por manifestar, de forma reticente, que era Anastasia Romanov, y relató una historia detallada sobre cómo había conseguido escapar de la matanza. Más tarde se mudó a EE.UU., se hizo llamar Anna Anderson y mantuvo que era Anastasia hasta su muerte en 1984. En realidad, se trataría de Franziska Schanzkowska, una obrera polaca mentalmente desequilibrada.
Un santuario para los zares
La iglesia de la Sangre Derramada, en Ekaterimburgo, se consagró en 2003. Se levantó en el solar que había ocupado la casa Ipatiev, donde fueron asesinados los Romanov.
la revolución llegó a Rusia en febrero de 1917, y un mes después Nicolás II, emperador y autócrata de todas las Rusias, abdicó y se convirtió en Nicolás Romanov, a secas. Ocho meses más tarde, los bolcheviques se adueñaron del poder y la familia real quedó bajo su custodia hasta la sangrienta noche de julio de 1918 en que todos sus miembros fueron asesinados, víctimas de un destino que se habían resistido a ver venir.
NICOLÁS ROMANOV, EL ZAR INDECISO
Puede que la abdicación fuese un alivio para Nicolás, que ocupó el trono en 1894, después de la muerte de su padre, Alejandro III. Descrito como un hombre limitado y falto de imaginación, no poseía las aptitudes ni el temperamento necesarios para gobernar en tiempos tan turbulentos. Era un indeciso crónico, y solía aplazar hasta el último momento la emisión de las órdenes que debía dictar para después repetir el último consejo que había recibido. Un chiste que circulaba por San Petersburgo decía que las dos personas más poderosas de Rusia eran el zar y la última persona que había hablado con él, por lo fácil que era hacerle cambiar de opinión. No era un gobernante progresista, y creía en su derecho divino a reinar, una visión que su esposa Alejandra compartía. La Ojrana -su policía secreta, una organización asesina y terrorífica- operaba con impunidad.
Como líder, Nicolás gozó de pocos éxitos. De 1904 a 1905 libró y perdió una guerra contra Japón cuyo resultado hizo que su régimen perdiese prestigio tanto en Rusia como en el extranjero. En 1905, una revuelta interna hizo que Nicolás accediese -a regañadientes- a crear la Duma, un cuerpo legislativo electo. Antes de que se celebrase su primera sesión, el zar limitó los poderes de la cámara en un intento de aferrarse a su propio poder político. Cuando en 1914 estalló la primera guerra mundial, Nicolás condujo a sus súbditos a un conflicto que pondría al límite los recursos del país y costaría millones de vidas. A pesar de todo, cerró los ojos a su creciente impopularidad, con el convencimiento de, en realidad, el pueblo lo quería. Pero su pueblo tenía una opinión muy distinta: lo apodó "Nicolás el Sanguinario".
ROMANOV, UNA FAMILIA VULNERABLE
De puertas adentro, Nicolás era un hombre familiar. Adoraba a su esposa Alejandra, y ella lo adoraba a él. Fueron afortunados, puesto que en aquellos años la regla general era que los reyes contrajeran matrimonio por conveniencia dinástica y no por amor. Se casaron en 1894 y tuvieron cuatro hijas seguidas: Olga, Tatiana, María y Anastasia. Alexei, su anhelado hijo y heredero, fue su último descendiente, nacido en 1904. Según todas las fuentes, los Romanov eran una familia unida y feliz.
Alemana de nacimiento y nieta de la reina Victoria del Reino Unido, Alejandra poseía un carácter más fuerte que el de su esposo. Su introvertida y distante forma de ser la alejó del pueblo ruso, que la veía como una extraña. A diferencia de su marido, Alejandra era consciente de que era impopular, lo cual hizo que se volviera altamente sensible, controladora y paranoica. En una ocasión, Sigmund Freud observó que las familias tienden a organizarse alrededor de su miembro más desfavorecido. Para los Romanov, esa persona podría haber sido Alejandra. Su temperamento nervioso le aseguraba la atención y preocupación constantes de su esposo y sus hijas. La gran duquesa mayor, Olga, y la más joven, Anastasia, se llevaban cinco años de diferencia; Alejandra dependía de todas ellas y las mantenía siempre cerca.
Toda la familia, especialmente Alejandra, mimaba al pequeño Alexei, un niño dulce y algo travieso. El heredero del trono había nacido con hemofilia, una enfermedad que le fue transmitida por vía materna. Su salud se convirtió en la mayor prioridad de sus vidas. Casi cualquier actividad comportaba el riesgo de que Alexei se golpease o cortase y sufriese catastróficos episodios de sangrado interno o externo. Alejandra dormía junto a él, en el suelo, durante las semanas que duraba su recuperación. En una época en que los padres de clases altas cultivaban una relación distante con sus hijos, la dependencia física de Alexei creó un estrecho vínculo entre sus progenitores.
Esto también los hacía vulnerables. Cuando llegaba alguien que podía explotar esa vulnerabilidad, caían rendidos ante él. Grigori Rasputín, nacido en el oeste de Siberia, era un autoproclamado hombre santo. Tenía una reputación ambigua, debido a su comportamiento promiscuo, sus poderes sanadores y su capacidad de predecir el futuro. No está claro si era un charlatán o si realmente creía que gozaba de poderes sobrenaturales. Lo cierto es que los Romanov creían ciegamente en Rasputín, y él ejerció una poderosa influencia sobre la familia real, en especial sobre Alejandra.
RASPUTÍN Y LOS ROMANOV
Cuando Rasputín conoció a los Romanov en 1905, la zarina estaba desesperada. Aquel año, la revolución había estado a punto de derrocar a la monarquía. El nacimiento de Alexei en 1904 les había dado el heredero que tanto habían esperado, pero su hemofilia no sólo era una tragedia personal, sino también una amenaza para el futuro de la dinastía. Esta situación de crisis política y agonía materna permitió a Rasputín introducirse en la familia. En 1908, Alexei sufrió un serio episodio de sangrado y Rasputín consiguió aliviar su dolor. Según se dice, el místico advirtió a Nicolás y Alejandra de que la salud de su hijo estaba vinculada a la fortaleza de la dinastía. La capacidad de Rasputín de cuidar de la salud del niño le aseguró un lugar en palacio y el poder de influir en el zar a través de Alejandra.
Puede que la relación entre Rasputín y los Romanov ayudase al zarévich, pero también hundió la reputación de Alejandra y la distanció aún más del pueblo. Comenzaron a circular rumores que apuntaban a que Rasputín había seducido a la zarina. Aunque es casi seguro que no fue así, sí es cierto que Rasputín tuvo aventuras con mujeres del entorno de los zares. Nicolás ignoró las peticiones de apartar a Rasputín de la corte, lo que alimentó la ira de su gente. Su deseo de mantener felices a su esposa y a su hijo hizo que rechazara alejar la amenaza que representaba Rasputín.
REVOLUCIÓN Y CAUTIVERIO DE LOS ROMANOV
En septiembre de 1915, en plena guerra, Nicolás II viajó al frente para asumir en persona el mando de las fuerzas rusas. La zarina atendió los asuntos internos, y la influencia de Rasputín sobre ella condujo al nombramiento de ministros incompetentes. Las derrotas en el frente y la conducta de Rasputín hicieron que el pueblo ruso se volviese contra el zar y su familia. El momento de la revolución había llegado. Para los bolcheviques, que se hicieron con el poder en noviembre de 1917, los Romanov se convirtieron en un dolor de cabeza. Unos querían mandarlos al exilio, otros querían que fuesen juzgados por los crímenes que les atribuían, y algunos querían que desapareciesen para siempre, puesto que si seguían vivos constituirían un símbolo del movimiento monárquico.
Al principio, la familia quedó recluida en el palacio Alexander, en Tsárskoye Seló, a una treintena de kilómetros de San Petersburgo. Más tarde, y por razones de seguridad, fueron enviados a Tobolsk, al este de los Urales. Allí no los trataron mal, e incluso pareció que Nicolás gozaba con su cambio de fortuna. Disfrutaba del aire libre y de la vida rural, y no echaba de menos el estrés de ser el zar de Rusia. La familia retuvo una generosa plantilla de sirvientes: 39 en total. Conservaron muchas de sus posesiones personales, incluyendo los álbumes de fotografías familiares encuadernados en cuero que con tanto cariño atesoraban.
En esta primera época de su cautiverio, todavía era posible soñar con un final feliz. Quizá podrían llegar a Inglaterra y exiliarse allí junto al rey Jorge V, primo del zar. O, mejor aún, quizá les permitirían retirarse a su residencia de Crimea, donde tantos veranos felices habían pasado. No entendían que, poco a poco, cada vía de escape se iba cerrando, hasta que sólo quedó una salida, la peor: Ekaterimburgo, adonde fueron llevados aduciendo que una conjura monárquica podía facilitar su huida de Tobolsk.
Firmemente comunista y fanáticamente antizarista, Ekaterimburgo era la ciudad más radicalizada de Rusia. "Iría a cualquier sitio, excepto a los Urales", se dice que afirmó Nicolás mientras el tren lo transportaba hacia su residencia final. La familia se instaló en un gran edificio conocido como la casa Ipatiev por el apellido de su anterior propietario. Se construyó una alta cerca de madera para separarla del mundo exterior; dentro, los Romanov disponían de un jardín para hacer ejercicio. El hombre que estaba al mando, Avdeev, era corrupto (sus hombres robaban a los Romanov sin disimulo), pero no cruel. Los guardias eran hombres corrientes, reclutados en fábricas locales. Con el tiempo, los Romanov llegaron a familiarizarse y hasta a hacerse amigos de sus guardianes.